Como vivía en un país extranjero
y la mayoría no hablaban mi idioma,
empecé a tramar argucias de toda índole
con tal de escuchar el timbre, el acento,
los bucles y las improvisaciones
que ni la palabra escrita ni la ficción
audiovisual eran capaces de producir
con idéntico placer.
Todos aquellos encuentros banales
no eran más que pretextos para cometer
mi fechoría, relamerme en la contemplación
de aquel botín de ecos y voces apagándose,
saciar una sed olvidada como la criatura
que reclama su leche debida, su ansia
de mundo.
Fotografía: Luego
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