Filosofía del rascacielos.
Ya estaba todo el pescado vendido.
No quedaban solares, ni hortalizas,
ni vetas sinuosas y rebeldes
de agua que cementar.
Todo abocaba a habitar el aire
y acariciar las nubes.
Querían vivir juntos.
Nadie tenía vértigo
o se domesticó en tiempos
inmemoriales.
Abigarradas edificaciones,
rozamiento de los cuerpos
en el transporte público,
miradas ausentes
y fondos sin tu luz.
Atisbar un gesto
de amor exclusivo
en el crisol de tanta humanidad
concentrada.
Bajaré al parque municipal
a contemplar las armonías.
Fotografía: Miguel A. Martínez
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