En una orilla en penumbra o en las calles
cansadas de una ciudad milenaria.
Los besos almibarados, los besos con la ternura
irrepetible y generosa como una noche cálida
o ebria o, simplemente, amarga.
El tiempo perdido o descuidado, tal vez omitido
de las declaraciones y filigranas que enredan
la vorágine del vivir al día
y sus interrogantes en suspenso.
Esos que presienten el confinamiento entre
lo azul y lo etéreo, la proximidad
de los pies sobre la tierra.
Fotografía: Bruno Barbey
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