¿Has olvidado tu sombra
en alguna verde pradera con el mar
rugiendo de fondo, donde lo vulnerable
no tenía cabida en el silencioso diálogo
que mantenías con su majestad
el precipicio,
y los animales alados seguían
a lo suyo y en esa arrítimica geometría
ya solo esperabas que una brizna te acariciara
las mejillas, algo sólido bajo los pies, membranas,
vértebras, ojos abiertos y vacíos y llenos
y cansados porque era el momento
de ponerle fin al dolor, de ayudar a que
siguiera su curso y sedimentase como
corresponde a su propia naturaleza
y quién soy yo,
y qué puedo alterar
de todo ello, con qué derecho si
los tifones y los cráteres y el resurgir
de esa peligrosa capacidad de extasiarse,
como si todo fuera tan sencillo?
Fotografía: Ana Nieto
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