Hay noches apacibles
como las vísperas
de un día festivo
en el umbral del otoño.
Veo a familias y grupos
de amigos cenando
en las azoteas,
con los farolillos
de rigor o luces coloridas,
con ese júbilo poco
efusivo que se gasta
por aquí, dejando
que la nueva brisa
acaricie los rostros.
Mientras me asomo
al balcón y escucho
baladas de jazz
y desconfío de esa
luna tan blanca y oronda
como de un regalo
inesperado, sé que
en otros barrios
los dragones de fuego
andan haciendo
de las suyas.
Con tanta belleza
alrededor uno debería
olvidarse de todo
lo que duele
y seguir contando
mentiras, que por
algo son parte
del oficio.
Ilustración: Robert Gorzel
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