En los cuadernillos y libretas
donde voy inscribiendo
diligente
mis anotaciones,
siempre quedan numerosas
páginas en blanco.
Pueden agolparse todas al final
o, con un ademán más caprichoso,
repartirse por cualquier
espacio intermedio.
Dentro de esta segunda categoría,
a veces marcan capítulos
al azar.
Cuando juegan a las matemáticas
pueden imponerse de acuerdo
a un patrón regular
e invisible como la tinta de limón.
De hecho, se imponen:
dictan su higiénico lapsus
no sea que me olvide
de respirar
entre texto y texto.
En el fondo, nunca
han respondido
a mis propósitos.
Un vez que desecho
el manojo de papeles
y lo almaceno con otros
que se vuelven amarillentos,
la comunidad
de páginas en blanco
adquiere una fuerza
abrumadora.
Se mandan mensajes entre sí,
hablan a gritos
todos sus secretos
y no me queda otro remedio
que no llevarles la contraria.
Cualquier día arman
la revolución
ellas solas.
0 comentarios