La madre del deseo arropaba
como las primeras palabras
que se tejen en la memoria
sorprendida.
En los fogones se cocía
el misterio de la mezcla
y sólo imaginarse el sabor
inundando el cuerpo amado,
era ya arder.
De qué país habría vuelto
con la mirada salvaje e infinita.
Todo el almíbar en sus labios.
Un huracán aleteando alrededor
de sus sueños de bosque.
La hipótesis de un bancal
fertilizado, ojos altivos hacia
el valle donde la desnudez
se agazapa.
Al mediodía, las agujas del sol
penetraban la piel sin futuro.
Estar y oír con lentitud.
Su corazón donante de miel
y de tolerancia a la excelsa
incertidumbre.
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