Están en el rostro perfiladas
las grietas, los caudales vacíos
de esperanza, el dolor
intransferible que no mata,
que no liquida de un golpe,
la subjetiva memoria
de las alas y de la sangre,
el ámbar de una piel
sin temor a abrirse paso,
no guarecida,
los ibis en los ojos dulces,
la tristeza termal como
los pueblos famélicos y los
sobrealimentados,
en ese vértigo del que
toda luz emana,
la percusión del tiempo
riguroso y de la resina
un día en lo lejos
y en lo anónimo,
aún por escrutar.
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