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ateo poeta

 

Pueden razonar sin remilgos

que todo es competición,

que es preciso aunque lamentable

pisotear para que no te pisoteen,

que mejor mantenerse avizor

ante la puñalada trapera que, seguro,

planea asestarte el colega

o el vecino, el superior

o el inferior, porque iguales

apenas conocerás.

 

Y luego lloran a lágrima suelta

delante del melodrama romántico

que les sirven en bandeja

para hacer la digestión.

 

O besan a sus criaturas en la frente,

si acaso tras contarles alguna historia

macabra con su moralina infantil,

antes de concederles permiso

para ingresar en el único reino

de la libertad onírica.

 

O acarician sin fin al gato sumiso

(el que recibe en punto su diaria ración),

mientras se preguntan por qué

el amor nunca toca a su puerta

o, si la traspasa, por qué se desvanece

en un abrir y cerrar

de ojos.

 

 

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