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ateo poeta

 

La luz es tenue

y la decoración

menos sórdida

que en otros pisos

semejantes.

 

De fondo, una música

plana, instrumental,

con versiones ñoñas

de éxitos

del pop.

 

Una mujer que a mí

no me parece

thailandesa

me cubre la espalda

con toallas.

 

Sin mediar diálogo

sus manos y codos

van amasándome

en profundidad.

 

Es tan intenso

que no podría

dormirme

pero soy pasivo

y obediente

a las indicaciones.

 

Poco a poco

me inunda una paz

y una especie

de flotación mística

hasta que se oye

una alarma

que pone fin

al contrato.

 

Me visto

a regañadientes

pero con una sonrisa

de oreja a oreja

y prometo regresar

lo más pronto

posible.

 

De vuelta a la cruda

realidad reflexiono

sobre cuán distintas son

las clases de yoga

con no menos virtudes

y cimas espirituales

a las que solo accedes

tras un sufrido

esfuerzo.

 

En cualquier caso

son formas de bienestar

que deberían ser parte

de los servicios

públicos,

mucho más valiosas

que tanta construcción

de la nada.

 

 

Fotografía: Atthina

 

 

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