Me ofrecí a posar desnudo
para que dibujasen de mí
lo que desconozco, la sombra
desde sus no menos críticos
puntos de vista.
Ya no era joven ni mi piel
tan tersa, ni mis músculos
sobresalientes, los defectos
más acusados, de existir
un canon que ni falta hace.
Pasé las horas sin ceder
a los pensamientos eróticos
para darle a mis pliegues
la aceptación del objeto
contemplado, útil, sedente,
para darles el hombre en paz
y el hombre en guerra
que jamás han hallado
armonía.
Luego salí a la lluvia
rotunda y poderosa
que me caló por completo
y me uní a los últimos
manifestantes en pie,
movidos por convicciones
que chocan siempre
contra un muro.
Los sueños envolvieron
mi garganta dolorida
y recordé cuando
comíamos las cerezas
subidos al árbol.
Ilustración: Malika Favre
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