Lloro de alegría y de placer
al retirar la corteza
de esos lychees magníficos
y comprobar su textura
perfecta y jugosa,
su pulpa exquisita, dulce,
celestial.
Un blanco impuro y húmedo
protegido por un rojo fuerte
y rugoso.
Esos dones de temporada,
tan extraordinarios.
Y dejo, por ahora, las metáforas
carnales al margen.
Ilustración: Gabriel Viñals
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