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ateo poeta

 

Bailabas, sí, bailabas incluso sin

despeinarte, siempre volviendo al

equilibrio contingente, nada podía

arrebatarte aquella soberanía del licor,

tu derecho al trance, la celebración

de los ecos y reflejos y pálpitos que

de la vida soluble apenas atisbamos,

antes de que todo periclite y se marchite,

con tu mirada desnuda y tus labios

sustitutos de la lactancia perdida,

bailabas, sí, dulcemente mecida por

las sombras de la gravedad, leyendo

el mundo al revés, desde la instancia

sublime donde todo adquiere su sabor

y desaparece la ley de la tristeza,

desde la guía luminosa y vocal sin

texto ni guión ni hermenéutica,

abrazándote al aire naranja y al

infinito espacio emergente de tus

movimientos, del agua salada que

expelía tu divinidad, de la noche

clara y difusa en tu refugio cobrizo,

antes de que ya no seamos, antes de

que todo silencio nos enmudezca.

 

 

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