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ateo poeta

Chet Baker

Chet Baker

 

Hace unas semanas proyectaban en Madrid el documental “Let’s Get Lost”, dirigido por Bruce Weber en 1988, así que estrenado por aquí con más de 20 años de retraso (si es que no se trata de una reposición por pasar desapercibido por entonces). En estas semanas habré visto una decena de películas más, pero ninguna le llega ni a los talones a aquella obra. Cierto es que la adulación que uno siente por la voz dulce y romántica de Chet Baker, tanto como por sus fraseados inmensos a la trompeta, hace mella en cualquier valoración juiciosa acerca de las experiencias artísticas que se van inoculando en nuestra vida. El documental es más que un simple bio-pic del talentoso jazzman. Es, sobre todo, una hilación soberbia de verdaderas fotografías en blanco y negro, evocadoras de la tristeza y derivas del protagonista. Acaricia al espectador tanto como a la ficción. Acaricia la ficción: juega a contar las cosas como si cada personaje, cada escenario y cada anécdota compendiasen historias morales, dramas históricos, perlas narrativas cazadas al vuelo. Acaricia al espectador: no hay ningún misterio sobre el que aleccionar, sabemos desde el principio que Chet Baker se suicidó a los 58 años, sabemos que deambulaba entre hoteles y mujeres y una galopante y temprana toxicomanía, sabemos que estuvo en la cárcel y se olvidó de sus hijos, sabemos, no obstante, que aún no sabemos casi nada. Y nos vamos dando cuenta después de que todas esas cartas se han puesto descubiertas sobre la mesa.

 

No hay interrogatorios. Su madre, sus amantes, sus hijos, su esposa, sus compañeros de oficio: todos adoran al hombre que también se adora a sí mismo, o eso pretende hacernos creer delante del espejo narcisista de la cámara. Sin embargo, el director nos muestra una admiración más trascendental, la de aquellos que reconocen a un músico con una fortaleza estética extraordinaria y, a la vez, a un ser humano profundamente débil, dependiente, sensible y perdido. El “James Dean” del jazz lo llegaron a denominar. Uno de los pioneros del “cool” jazz. Nunca imaginé todo eso por debajo de esas canciones tan limpias y amorosas durante tantas noches en vigilia. En una de las canciones a las que Baker entrega toda su oscuridad interna transmutada en sentidas entonaciones, dice: “imagination is funny (…) imagination is crazy (…) imagination is silly”. Chet Baker, a fin de cuentas, no quiere hacer cuentas con nada ni con nadie. La imaginación no le importa porque sabe que todo está ya saldado. Sólo le aplaca el alma el milagro que se produce cuando le escuchan atentamente, cuando sus melodías parecen venir a él sin esfuerzo y ese es todo lo que nos puede ofrecer. Bruce Weber tan sólo viaja con él en sus últimos conciertos por antros y garitos de costa a costa. Nos reparte los retratos de su pasado y las arrugas prematuras del presente, y allá nosotros.

 

La semana pasada me encontré la biografía de Chet Baker en italiano en el hostal de un hospital psiquiátrico de Milán. Había unos veinte ejemplares a disposición de los huéspedes ocasionales. Sólo unos días después de ver la película, así que me animé a la lectura. Pero lo que más me sorprendió fue el lema que presidía el hostal y el hospital en general: “Da viccino nessuno é normale” (De cerca, nadie es normal). Una herencia de las corrientes de la anti-psiquiatría, muy probablemente. ¿Cuánto de cerca podemos llegar a conocer a alguien? ¿Cuán probable es desequilibrarnos a las primeras de cambio? Nadie es normal, todos somos extraños. Nuestras búsquedas, además, están salpicadas por los momentos sublimes de los que consideramos menos cuerdos y fiables. Convivir con las contradicciones será todo un arte, al menos si ellas aceptan convivir con nosotros en idéntica proporción.

 

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