Las olas nórdicas bebían tragos
de haces amarillos, enjuagaban su salobridad.
Hurgaba en mis alforjas mas solo piaban
los ánades flotantes. Puede ser que augurasen
un remolino.
Sin apresurarme, con el destello de su parsimonia
inexperta, me amarré a las contracciones
arcaicas, en un suspiro impermeable.
Hablamos y hablamos hasta ventear
las fibras más recias, y oscureció apenas.
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