regalo místico de aniversario
Somos criaturas sin propósitos genuinos. Filiación de una especie que pudo no ser. Deriva de sangre y luz, animalidad dichosa de tierra y agua. Respiración. También absurdos y crueles, de baldías ambiciones e ignorancias que extinguen las huellas.
Somos materia prima vulnerable. Nuestra propia y torpe búsqueda de ser. Bucle infinito e incompleto, almas incómodas entre objetos, fósiles y divinidades de barro que dieron de comer a los primeros artistas de la tribu. Nuestros conceptos
y canciones no menos relucen y se alaban con fuegos de artificio, aunque los sueños los revelan como un pálido reflejo de lo perdido y lo anhelado. El temor a lo oscuro donde todo nace y, al fin, todo succiona. La seguridad de lo inefable, la belleza silente del alba que nos envuelve y constituye.
Preferimos jactarnos de la singularidad.
El dominio de lo subjetivo y sus borrosos lindes, las ilusas rarezas. Rehuir de las aleaciones y del fardo de la entropía. Nadar a contracorriente sólo para afirmar triviales consignas, acaparar lo único y agotar, sin paciencia, lo efímero y sensible. El camino, empero, no está escrito.
Las piedras y los olivos nos sobrevivirán. Con la vaga y caduca abstracción evocaremos continentes y archipiélagos. Seremos la soledad radical del vuelo y la comunión más elemental.
Viviremos, acaso, a fuerza de apaciguar los sobresaltos, a través de los remolinos. La obsolescencia es transparente. Mi condición humana, aleatoria y transferible. Por delante rige, si alcanzo a atisbarla, la comprensión.
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