Ojalá que se detenga ahora el tiempo.
Hace poco era mi cumpleaños, decían,
y entonces estaba muy ocupado
y no pude recapacitar ni rogar
que se detuviese el tiempo.
No todo, no soy tan arrogante, sólo
el que se adhiere a mi piel
como barro, como hojas secas,
como olores indeseables.
Ojalá se detenga pues a mi favor puedo
alegar que mi juventud ha sido larga,
muy larga,
después de una madurez precoz.
Por qué a los nueve años
querría ser matemático, matar a mi
padre y escaparme pedaleando
entre las montañas de carbón.
Si ahora logro dejar de contar,
de celebrar, de recordar,
de consultar los documentos
administrativos,
las verdades que me niegan la voz,
me dispondré sereno para
una infancia
metafísica.
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