Me dijo que estaba cansado de tantos años dejándose el pellejo y la vista en la misma repetición, que se cernía el bucle.
Que la pasión había llegado a su culmen en fecha indeterminada, que la fortuna le sonrió y licores exquisitos, fresas tardías y aljibes eternos lamieron su paladar.
Que se abría un tiempo de anhelar nuevos trayectos y gerundios, de ir haciendo como si abundase lo fértil, el amor, las aves juguetonas, las pinturas elípticas, un aromático amanecer ahora, justo ahora, que los anuncios adversos se hundieron por ahí, en medio del océano con una piedra al cuello.
De camino a su casa crujían los pedazos de árbol surtiendo el pavimento de las calles, se esparcían los limones y las granadas por su ciudad ataviada de jueves, alguien me sonreía con sus indicaciones cartográficas como jazmines en ebullición.
Tras los postigos majestuosos permanecía abrazado a su morada utópica, a su viva luz, como si todavía el mundo fuera sensible, inteligible, una mota de polvo en la sinfonía de lo que pudo no ser, la sed que nos damos, un vínculo tenaz, un estupor que merece todas las primaveras.
Ilustración: Juan Carlos Mestre
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