Vivir es igual a morir en pequeñas dosis,
en cómodos plazos, pagando por anticipado
el cheque en blanco que nos concedió
la eternidad, ese brevísimo lapso de tiempo,
esa insignificancia en lo absoluto del tiempo.
Y cuando se nos caen las cosas de las manos
y se quiebra nuestra frágil ambición
de control, y cuando apenas nos amamos
a nosotros mismos por pretender cotas
más elevadas de comprensión, porque no
otro fin anhela el amor correspondido,
¿qué libertad podemos entonces esgrimir?
Que no te mate la angustia del cosmos, que no
asfixie tu humilde reptar la insoportable
luz de lo invisible, que no te amilanen los
administradores de la muerte fulminante ni
la superficie rala de una vida simple y hueca,
convertida en mera fuerza de trabajo,
apariencia manipulable que esconde la
belleza de la flor y el abrazo de la tierra.
Ilustración: Ed Templeton
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