Todo se puede precipitar
sin remedio, irresistible
a la artera y bella atracción
de la gravedad.
El día puede amanecer
sembrado de escarcha
y tu estómago retorcerse
como se retuerce el estómago
del boxeador que jamás
predice la parábola
de los golpes.
Tus pies pueden arrastrar
bolas de presidiario, masas
atómicas, agujeros negros
y una ridícula culpabilidad
por no saber explicar
la fórmula de la tristeza
ni confiar en ninguno
de sus antídotos.
El cielo se confunde con un
océano remoto, ya sólo
albergas ósculos como
ilusiones, tu parca y finita
geografía carnal, sólo deseas
declararte en huelga
general e indefinida.
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