El movimiento no seguía
ninguna batuta
pues no estaba orquestado
por la mano invisible
de genes egoístas
ni obedecía sumiso
a los guantes de acero
o al carisma
de las efigies.
El movimiento agitaba
sus aspas
cual molino que aprovecha
el don de lo liviano
y del aire, cuando sopla
a favor,
para nutrir todas
las bocas y todas
las rosas
del pueblo.
Luego vendrían las épicas
cantando a la sangre
vertida por uno
u otro bando.
Ilustración: Zbynek Baladran
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