El ramalazo llega
sin avisar.
Ignoro quién es
el domador
y sus intenciones.
Esclarece
si lo percibo
a tiempo
y ato los cabos.
En caso contrario,
se larga raudo
con el cuento
a otra parte.
Siempre deja ahí
su escalofrío.
Fotografía: Héctor González de Cunco
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