La sustancia del trayecto,
se mire por donde se mire,
señala a la gimnasia
del tiempo
y a la música que nos regala.
Sin probar el agua tibia
ni las manos justas,
es muy fácil y terrible
que se cierna la subyugación.
Y esa avaricia por acaparar
trabajo muerto y desvincularse.
El amanecer del mundo clarea
a la luz del racimo y su jugo fiel
cada estación de plenitud.
Emborracharse de amor,
por qué no, y después preferir
la noche sobria
y los animales supervivientes.
Desear que el deseo florezca
sin veneno
ni malas hierbas.
A la larga, hacer las paces
con el silencio reparador
y con las batallas perdidas
de los sueños.
En cada lugar que moramos
no hay nada que poseer.
Sólo dar belleza y tersura.
Es frágil y a la vez repercute tanto
que nos reconcilia
con el trance del universo.
Fotografía: Richard Misrach
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