Lloro por tonterías
y también por el dolor ajeno,
aunque las primeras incluyen
momento simples
de felicidad o de algo
que se le parece.
En realidad lloro solo
porque en público
ya he tenido numerosas
ocasiones de demostrar
que no soy un tipo duro,
así que no quiero
ir de nada
ni de lo contrario.
Hoy lloro como las madres
cuando repasan
las fotografías
de hace un suspiro
y piensan en lo que pudo
ser y en lo que murió
antes de tiempo.
Pero no, podría llorar
por aquellas sublimes
amantes
que al acabar la película
ya no estaban allí,
podría, pero no, y porque
sus besos todavía
siguen doliéndome
en los labios, pero no
voy a llorar por tales
menudencias.
También tengo
mis libros
y mi bicicleta a quienes
adoro, de otra forma,
pero no menos material,
y, sin embargo, no
lloro, no, aunque
me siento rico
con tan poco
y alguna lágrima furtiva
se desliza según su
propio albedrío.
En realidad no me hace
gracia llorar,
pero admito
que se consigue
una limpieza exhaustiva
de las cuencas
oculares.
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