En el Otro Lugar
unos hombres metálicos
y esculturales
fijan su mirada
en el infinito.
La marea les inunda
los pies o el torso,
según su posición
en la playa.
El agua es oscura
como chocolate.
Circulan buques,
a lo lejos, que llevan
contenedores.
Se ven torres blancas
de molinos a pleno
rendimiento.
A pesar del merecido
sol, hay ráfagas
de aire frío
y gente que pasea
y dunas y varias
construcciones
en la línea de costa.
Me pregunto
a cuántos metros
de profundidad
habrán enterrado
los pilares
de esas figuras
enigmáticas,
y por qué
me ponen la carne
de gallina
si apenas imitan
a los humanos.
Con la inquietud
y el oleaje del silencio
volvemos al hotel
y mi hijo dice
que está llorando
y que prefiere
dormir
en lugar de ver
a unas bandas
de rock crudo
y garajero.
Es de noche
y de vez en cuando
nos hacemos
preguntas
en inglés.
Fotografía: ateopoeta
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