Primero suelo escribir
poemas de amor.
Más o menos místicos
y apasionados.
Luego, todo cambia,
y escupo a rabiar
poemas de desamor
como un poseso.
Los que menos
me satisfacen
son esos que titubean,
que no saben
si vienen o van.
A estos últimos
debería arrumbarlos
debajo de la alfombra,
por pusilánimes.
Fotografía: Erika Kokay
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