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ateo poeta

las poesías de otros/as

Más preguntas, un poema de Juan Gelman

Más preguntas, un poema de Juan Gelman

 

nuestro amor es sencillo/

tiene un plumero de fuego en la mano/

no hay cosa más sencilla que un plumero de fuego/

tiene el mango con rabia y limpia las telarañas del sur/

 

sacude el tiempo sobre líricos griegos

que llenaban con vino copas y tazas hasta el borde/

para olvidar dolores entre luciérnaga y luciérnaga/

penas y todo lo que es independiente de la voluntad/

qué pájaros ésos

 

que dejaron sus plumas en el plumero que le pasás al infinito/

a las ventanas que fingen reír/

a los hombres que sudan en la noche

porque están enseñando a su esqueleto el oficio de esperar/

 

¿y si los sustantivos estuvieran equivocados?/

¿si la palabra esqueleto no fuera un esqueleto?

¿si el esqueleto fuera un perfume o música que va a la fiesta

abriéndose en una esquina del sur?/

 

¿si el esqueleto frente a frente fuera un árbol?/

¿tuviera en una hojita la cara de los compañeros?/

¿en otra hojita los compañeros combatiendo de nuevo?/

¿los compañeros descansando en sombras de donde van a volver?/

 

te pienso/amor/porque pensar es amarte/

cuando volás por el aire lleno de hombres y mujeres

que cuidan el sur/

le arrancan malayerbas/

para que brillen los ojos del cielo/

 

todavía conozco los hechos de tu vientrre/

vos tenés un plumero en la mano/

limpiás los días y el amor/

y la palabra libertad/

 

 

Juan Gelman, Los poemas de José Galván (1988)

 

 

un poema de Paula Varela

un poema de Paula Varela

 

Hay un ministro
que se lamenta por la tragedia,
lo rodean
otras figuras de cera.

Todos parecen humanos.
La voz se oye quebrada,
pronuncia frases preciosas.

Cualquiera podría creerle.

 

 

Paula Varela (http://mundosentidos.blogspot.com.ar/)

 

Ilustración: Luego (http://luegoestudio.es/)

 

un poema de Idea Vilariño

un poema de Idea Vilariño

 

Uno vive

con los muertos

que están ahí

con los sufrientes vive

y con los despojados

y con los presos

vive.

 

 

Idea Vilariño, Vuelo ciego (2004)

 

 

 

un poema de Víktor Gómez

un poema de Víktor Gómez

 

ceniza y viento

las ranas enmudecen

 

el sol caído

 

han sembrado mi hambre

las horas del saqueo 

 

Víktor Gómez Valentinos, Trazas del calígrafo zurdo, II (2012)

 

Ilustración: Anton Stankowski

 


Súplica de la vida, un poema de Macedonio Fenández

Súplica de la vida, un poema de Macedonio Fenández

 

Luz de la vida

engañadora

voluble oleaje de la existencia

con brisa amarga

o embriagadora

henchiendo el seno de somnolencia

de un siglo nuevo

a la ribera

cruel o sonriente ¿quién lo supiera?

el alma frágil

nos has traído

sobre la cresta de una quimera.

 

Los otros vasos

si quieres llévalos.

De la celeste pasión la copa

hasta los bordes

tan sólo déjanos,

y en el engaño de los engaños

mecidas siempre

de un sueño único

juntas, doquiera

y hasta la playa del suspiro único

estas dos almas

llévanos. Sea.

 

Macedonio Fernández, Manera de una psique sin cuerpo (1901)

 

Ilustración: Nazario Luque

 

 

 

dos poemas de Felipe Benítez Reyes

dos poemas de Felipe Benítez Reyes

 

El poema

 

Tan extraño

como llegar a una ciudad

y ver cómo la luz

inventa esa ciudad de la que nunca

has logrado salir.

 

**

 

Acuarelas

 

Qué rápido.

                  Adiós.

                            El tiempo

qué rápido va,

                      dejando

rastros de bestia herida por la nieve.

 

 

Felipe Benítez Reyes, El equipaje abierto (1996)

 

Ilustración: Eduardo Úrculo

 

 

un poema de Antonio F. Rodríguez Esteban

un poema de Antonio F. Rodríguez Esteban


me siento aire, dice
ya virado a penumbra, a leve cosa, argamasa
leve de realidad
en lentitud la lengua arroja
virutas del decir
contrafuerte y nunca de quien mira
-para sostener el aún en su nervio vivo, brasa
aunque del fuego no-

se sabe: madura de alegría el fruto oblicuo

interrupción sísmica
en el siendo apenas de las cosas
nada queda o crecen líquenes

manan adverbiales
en hilo espectro

cunde en hueso nana lobo
sabor apenas

se sabe: dulzura aquieta mundo

de la madera, dices, no esperar sino secreto
arrullo de la voz, nervadura
negra de lo vivo
negra madera madre

se sabe: lo percusivo salva, ritmo
basáltico despierta afectos:

un aliento, una imagen: la ternura
exacta de la carne o esta vida
exacta de luz y adentro

lo escrito en el árbol único
sin temblor
sin tacto
sin esplendor geométrico al dictado

me siento aire, dice
y una sonrisa le abre el rostro
en lento enjambre o barro lento
donde apenas desmesura

dulce lumbre ahí

donde apenas

 

Antonio Francisco Rodríguez Esteban

 

Fotografía: Marc Ribaud

 

 

 

Respiración, un poema de Vicente Gallego

Respiración, un poema de Vicente Gallego

 

Respiración, primicia

de la vida intangible, vigor hondo

que pellizcas la piel y la conmueves,

suero de la pureza, liana clara

por la que baja a ciegas

el hombre de su abismo y se acalora

en este rico valle de los vientos.

 

Te haces ritmo en la ola, en la montaña

pulmón grande y tranquilo,

porque todo lo envuelve la cadencia

con que a compás avivas este mundo,

fuelle de la verdad.

 

Respiración desnuda,

tú que veías el sueño con la hoja

de tu leal espada,

cúranos las heridas del cansancio,

enciende nuestro amor con tu jadeo,

y cuando prenda el fuego, la iracundia,

refresca, dama sabia,

la cabeza tozuda, tú que eres

corola del sosiego,

condensación del bien,

decir del corazón.

 

Vicente Gallego, Mundo dentro del claro (2012)

 

Fotografía: Jacob Aue Sobol

 

 

 

 

y que el placer que juntos inventamos

sea otro signo de la libertad

 

Julio Cortázar

 

Ilustración: Balthus

 

un poema de Julio Mas Alcaraz

un poema de Julio Mas Alcaraz

 

 

Viajo para no oír
cómo disparan con sus rifles
a los árboles que se agitan.

Viajo para acariciar
los colmillos del zorro,
bañarme con las nutrias,
untar mi cuerpo de resina

y quitar el hedor a humano que impregna mis ropas
y olfatean las bestias de lejos.


Julio Mas Alcaraz, El niño que bebió agua de brújula (2011)

 

Fotografía: Julio Bittencourt

 

reflexiones sobre el amor en "La bola de cristal", un libro de Carlo Fabretti

reflexiones sobre el amor en "La bola de cristal", un libro de Carlo Fabretti

 

“-¿Cómo se construye el mito (es decir, la ideología, el programa) del amor? Su base biológica es obvia: la libido, el orgasmo y la lactancia constituyen el trípode sobre el que se asienta. El apetito sexual es uno de los más fuertes, el orgasmo es el placer físico más intenso que nos es dado experimentar, y la lactancia nos hace dependientes durante mucho tiempo (a la vez que nos aboca al canibalismo simbólico). Las parejas se constituyen y se mantienen para satisfacer de forma regular y controlada el apetito sexual de los emparejados (que, al devorarse mutuamente, intentan recuperar la añorada beatitud de la infancia), así como para facilitar la supervivencia de la prole. Nada más lógico que “mitificar” (en el sentido literal de convertir en mito) ese vínculo tan útil para la estabilidad y el control de la sociedad. Y así, nuestra cultura nos repite sin cesar (mediante la educación, la literatura, la música, el arte, el cine...) que ese rapto vesánico, ese delirio tremendo que nos lleva a ver en otra persona el centro de nuestra existencia y la culminación de nuestras aspiraciones, es el más noble y elevado de los sentimientos; que encadenarnos es la más libre de las elecciones; que podemos y debemos “compartir la vida”, dejar de ser individuos para convertirnos en monstruos de dos cabezas y ocho extremidades, como los grotescos andróginos que imaginó un boxeador metido a filosofo.

 

Tener en lugar de ser: esa es la consigna de una sociedad esquizofrénica que ensalza la colaboración mientras fomenta la competencia. Tener muchas cosas en lugar de ser una persona. Tener una pareja en lugar de ser un individuo, dos individuos que se relacionan desde sus irreductibles, incompartibles y espléndidas unicidades...

 

Y ni siquiera los solteros escapamos a la contaminación conyugal, puesto que el matrimonio, la familia nuclear es la pauta inmensamente mayoritaria. Todos somos, cuando menos, fumadores pasivos del omnipresente humo parejil que ciega nuestros ojos, el denso humo tóxico que se produce al quemar los trapos sucios en la hoguera (pasional y ceremonial) del amor...

 

-Te has dejado una pata -me dijo F-. El del amor es un mito cuadrúpedo.

 

-¿Cuál es su cuarta pata?

 

-El miedo, obviamente. El hambre, el miedo y el sexo son los tres motores de la vida animal. (…) En primer lugar, el miedo a no conseguir, o a perderla una vez conseguida, la fuente de tanto plcer. Pero también el atávico miedo a la soledad de los mamíferos inmaduros y de los animales gregarios en general. No solo la soledad como falta de afecto o de placer, sino como situación de riesgo frente al hambre y frente a los enemigos... (…)

 

 

-¿Y qué es lo fundamental?

 

-Que el amor y la amistad, en nuestra cultura, siempre acaban (o empiezan) entrando en conflicto, como la religión y la ciencia (y por análogas razones), como el mito y la reflexión. (…)

 

-¿Y cuál es el alto precio que dijiste que pagaríamos por esa lección?

 

-Vergüenza y tristeza. La tristeza es comprender que vivimos en una sociedad atomizada (mejor dicho, moleculizada) en parejas, y que eso determina un entorno afectivo y relacional que no favorece en absoluto la amistad (es decir, la sinceridad) ni inter ni intramolecular. La vegüenza de no ser capaces de dejar de ser peces, peceras o ambas cosas a la vez (en el sentido más físico y literal, todos empezamos siendo peces en la pecera amniótica, y casi la mitad de las personas se convierten alguna vez en peceras ambulantes; pero como seres racionales que se supone que somos, deberíamos superar esa servidumbre biológica). Entrar en. Tener dentro. La pecera con un pez encapsulado (atrincherado y cautivo a la vez) es la célula de nuestra sociedad asimétrica, su metáfora y su metonimia, la bola de cristal que nos impide ver el futuro...

 

-¿Por qué asimétrica?

 

-Porque todos somos plenamente peces durante un tiempo, pero solo las mujeres pueden ser plenamente peceras. Lo de la envidia del pene es una nimiedad frente a la verdadera envidia del claustro. Esa es una de las causas de que la amistad entre un hombre y una mujer sea tan difícil (sobre todo para él). Hay muy pocos hombres capaces de ser realmente amigos de una mujer (sobre todo de la suya).”

 

 

Carlo Fabretti, La bola de cristal (2005)

 

Ilustración: Juan Francisco Casas

 

un poema de Juan Carlos Mestre

un poema de Juan Carlos Mestre

 

sé que la vigilia será larga y yo no tengo a dónde ir,

si al menos tú estuvieras viva en la desobediencia de quien no ha hecho ningún pacto

y yo pudiera acostarme a tu lado y no soñar que estoy contigo como un clavo hundido en la madera dormida,

si al menos cada huella fuese un signo, una claridad de algo allí donde pisaste, un hueco de mar al que arrojarme,

oh si al menos mi corazón rodase como una moneda hasta llegar a tu mano, hasta llegar junto a ti como el agua que lava tu ropa, el aire que respiras como luz que no tengo,

si al menos yo fuese el desconocido que volviera a encontrarte y no el que se despide y atraviesa sin mirar las calles y en ningún lugar fuera de ti encuentra ya refugio,

si al menos me escucharan los vendedores de flores y los guardias de tráfico, cerraran las pérgolas, se detuvieran los automóviles, nadie fuera ya a ninguna parte y todo se negara a existir hasta que tú volvieras,

hasta que tú amor del mundo derribaras los muros, entraras como un vendaval en los palacios, arrasaras con ternura las piedras

 

Juan Carlos Mestre, La tumba de Keats (1999)

 

Fotografía: Cintia Massafra

 


 

Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.

 

Marguerite Yourcenar

 

Ilustración: Nazario Luque

 

 

 

dos poemas de Ana Vega

dos poemas de Ana Vega

 

establecer en la cotidianidad de lo más íntimo, cercano

la rebeldía del animal herido

instaurar en la realidad un nuevo concepto

de vida desde las uñas hasta los dientes

 

(…)

 

la oscuridad lo invadió todo, un cuerpo permaneció en pie

junto a otro cuerpo, vieron la salvación en ese instante en que

la vida vence a la muerte por un segundo cuando uno alcanza a

empujar con cierta violencia una parte de su anatomía sobre el

otro. quizá vinculación sagrada o unión que paraliza el mundo

pero por un escaso margen de tiempo nunca el suficiente jamás

capaz de vencer la muerte tan sólo de paralizar su avance por

el choque inevitable de un golpe extremo de belleza algo que

sólo un cuerpo puede lograr frente a otro cuerpo

 

 

Ana Vega, Herrumbre (2012)

 

Fotografía: Sonia Marpez

 

un poema de Juan Carlos Mestre

un poema de Juan Carlos Mestre

 

En la vida de un hombre siempre hay una mañana para la calamidad,
una mañana regida por las multiplicaciones del símbolo y la idolatría órfica de la perduración.
En la vida de un hombre hay almacenes llenos de objetos y maderas con insectos,
hay tensos mundos artificiales y canales por los que discurre la sangre hasta los vasos,
hay fósforo y sonido del delirio del fósforo,
la respiración de un tigre y la mano del desobediente cortada,
hay calor entre un semejante y otro y hay destrucción
porque existe en ellos la proximidad y el imán que la ahuyenta.
En la vida de un hombre hay zapatos usados por un padre,
hay profusas noches que luego nos darán temor, hay cuerpos de adivina,
cuerpos por primera vez, espantosos labios con rencor, la voz que nos conoce
y se queda ahí mirándonos como una res moribunda en el estanque helado.
En la vida de un hombre lo que tiene importancia y lo que no tiene importancia,
lo que se resiste a desaparecer, la aparición de una ciudad, el cansancio de los viajeros,
lo que favorece la ambición y lo que elogia la idea de abstenerse,
la duda moral de una vida solitaria, el descargo de multiplicarse en otros.



Juan Carlos Mestre, La tumba de Keats (1999)


Ilustración: Juan Carlos Mestre

tres poemas de Itzíar Mínguez

tres poemas de Itzíar Mínguez

 

Te has quedado dormido

Con la cabeza apoyada

Sobre la luz en ruinas

 

Has soñado que todo

Era un sueño

Y al despertar has tenido la sensación

De seguir soñando

 

Es el dolor lo que te devuelve a

La realidad

 

Miras la herida de tu mano

No tiene buena pinta

Pero es hermosa

Como todas la grietas de la carne

 

Y la observas

Con excesivo prurito profesional

Pero sin intención de hacer nada

 

**

 

Desde que la luz te permite ver

No te has atrevido a mirar

 

¿Qué temes encontrar?

 

Tal vez la huella del tiempo

O tal vez lo contrario

Que el tiempo no haya dejado huella

 

 

**

 

No sabes a quién llamar

Pero quieres decir que has llegado bien

 

Coges tu teléfono móvil

 

Esto es precioso

Es todo luz

Y silencio

Echo un poco de menos el barullo

La contaminación

Chocar con otros hombres o mujeres

Y no pedir disculpas

Absortos como vamos en nuestra propia prisa

No se parece a nada este lugar

Es extraño pensar que procedo de aquí

Que mi sangre corre por estas venas de luz

 

Eso te hubiera gustado decir

Que este lugar lo tiene todo

Excepto cobertura

 

 

Itzíar Mínguez Arnáiz, Luz en ruinas (2007)

 

Fotografía: Daniel Mordzinski

 

 

un poema de Clara Janés

un poema de Clara Janés

 

Podrías haber roto con todo,
haber salido al campo
y sembrado la tierra,
pero te has encerrado
a cavar
en la tierra del cerebro y
te has quedado blanco
como una raíz.
Tu frente ha levantado
un muro,
y tus ojos se han agrandado
hasta que tu pupila
ha logrado captar
el más etéreo pliegue del misterio.

Clara Janés, Poesía erótica y amorosa (2010)

 

Fotografía: Sarah Moon

 


dos poemas de Jaime Sabines

dos poemas de Jaime Sabines

 

Después de todo -pero después de todo-
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.

Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.

 

**

 

Los amorosos callan.

 El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

 los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan.

 

Los amorosos andan como locos

 porque están solos, solos, solos,

 entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.

 Les preocupa el amor. Los amorosos

viven al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre se están yendo,

 siempre, hacia alguna parte.

 Esperan,

no esperan nada, pero esperan.

 Saben que nunca han de encontrar.

El amor es la prórroga perpetua,

 siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

 Los amorosos son los insaciables.

 Los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.

 

Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

 Las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

 Los amorosos no pueden dormir

  porque si se duermen se los comen los gusanos.

 

En la obscuridad abren los ojos

  y les cae en ellos el espanto.

 

Encuentran alacranes bajo la sábana

  y su cama flota como sobre un lago.

 

Los amorosos son locos, sólo locos,

sin Dios y sin diablo.

 

Los amorosos salen de sus cuevas

  temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.

 


Los amorosos juegan a coger el agua,

  a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

  Nadie ha de resignarse.

  Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

 

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

  la muerte les fermenta detrás de los ojos,

  y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

  en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.


Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

  a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida.

Y se van llorando, llorando

la hermosa vida.

Jaime Sabines, Horal (1950)



Fotografía: Trevor Watson

Negación del héroe y su furor (un poema de Enrique Falcón)

Negación del héroe y su furor (un poema de Enrique Falcón)

 

Comeremos algas cuando el puente se hunda

y trepen los caídos en mi boca por los mástiles del llanto

hablando de las cosas que provocan el luto

y quién y fue así? –Y el ahogo.

Saldrán las moscas lentas allí donde se sabe

que se cansan los faroles de puro fango lento

y la luz es verdadera

y hay críos en los cuartos

creciendo, pudriéndose, y estallando.

Serán las horas tiernas y los quiénes,

la evaporación de sus derechos,

la zambullida a ras de tierra en las basuras

y el hombre del puñal a ras de llanto

que vuelve, definitivo, a levantar el puente.

 

 

Enrique Falcón, Para un tiempo herido (Antología poética 1998-2008)

 

Fotografía: Michael Nash

 

"IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI" un poema de David Franco Monthiel

"IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI" un poema de David Franco Monthiel

 

Hemos venido para no hacernos los sordos,

para golpear desde la palabra,

para continuar en pie amándonos,

para mirar el rostro de la muerte,

y seguir soñando, seguir viviendo.

Hemos venido para no volver,

para despertar en el paso adelante

y ser cada día un único cuerpo

que desea una luz en carne viva,

un verbo de plural desinencia.

Hemos venido para cambiar la vida.

Nuestro terror será suave caricia

en los tiempos de mordaces bozales.

Hemos venido para formar parte,

para ser poema, para ser trabajo.

Hemos venido para esperanzarnos,

para vivir de nuestras manos,

para tener un nombre sin fiebres

deudoras o vómitos mensuales,

para ser gritos o cuchillas que desentierren

las podridas raíces.

Hemos venido para ser feroces

a pesar de mandíbulas

y de segundos despojados,

a pesar de domingos asignados

a la cómoda muerte.

Hemos venido para preguntarnos,

para vivir a la intemperie,

para ser un instante incómodo

en el tiempo pasajero de los ladrones.

 

 

David Franco Monthiel, Las cenizas de Salvochea (2008)

 

Fotografía: Aleksei Gan