Disolución de los vínculos. Anudar otra vez.
El tejido de lo orgánico y de las especies:
reproducirse y morir. Se comunican las texturas
en cruce. En ese nicho: mi supervivencia.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Disolución de los vínculos. Anudar otra vez.
El tejido de lo orgánico y de las especies:
reproducirse y morir. Se comunican las texturas
en cruce. En ese nicho: mi supervivencia.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Tienen alas, silban, dan saltitos. Esas aves
no son tan diferentes. Las palabras alzan
el vuelo, se pierden como una mancha
en lo inabarcable. A menudo observo a esos
pájaros domésticos que alguien ha sacado
de paseo. A algunos les dan un respiro de libertad
y los fieles presos regresan, al cabo, al interior
de la jaula.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
También la narración espontánea: posee heridas,
accesos, signos de lo entrañable. El barniz
que adjetiva, los efectos especiales sin víctimas.
La ansiada inmunidad. Apenas consiguen
aminorar el dolor de lo representado.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
La hilera que forman las hormigas. Los trazos que dibujan
en el aire las libélulas agitadas, círculos imposibles,
garabatos. La circulación de los cuerpos. Cada una de esas
formas constituye un lenguaje. ¿Por qué esta secuencia
de frases iba a limitarse solo a su contenido material?
¿Cómo soy cuando me engarzo a varios planos?
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Los escalofríos, el oscilar del termómetro, cada gota
que empapa, la intemperie -encuentran las vías justas
de infiltración en el discurso. Antes de hablar veo
cómo dominan el territorio. Se yuxtaponen y agazapan
mientras desarrollan su labor de inteligencia. Aún
no ha escampado. Habitan.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Cómo se repara el lenguaje a sí mismo, sus hélices
genéticas, la melancolía y el caer en picado. Este mutismo
mientras pronuncio lo que el pensamiento dicta.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Las palabras exudando, corren por las vías físicas del cuerpo
y disuaden lo contumaz de la membrana que distingue el interior
del afuera. Se encarnan como táctica u organismo. Soy así más que
el balance arrojado por la ausencia.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Experimentar con mensajes que transpiren y
estremezcan del mismo modo que un animal
palpita.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
He acumulado un arsenal
de agravios
y prescripciones médicas.
Mientras permanece
a buen recaudo
es fácil de administrar
y todo fluye
como la seda.
Los inconvenientes
se manifiestan a raíz
de las detonaciones
espontáneas.
Nada más contrario
a mi naturaleza
que ser objeto
de la comidilla.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
La esperanza solo nace en la lucha.
En el transcurso. En el seno. En la magnitud singular
de cada lucha.
En el corazón generoso
que da la batalla pero continúa creando
y dando a luz
la vida necesaria.
Llevo días obsesionado
con esa idea.
(Sin aprioris. Sin ningún fanatismo bélico ni sed
de sangre -luchar
es erigir diques y detener
la administración de la muerte
súbita
o dosificada.)
¿Qué construiremos desde el ojo impredecible
de esta turbulencia?
Nudos en la garganta.
Acordar.
Espero a que tú te pronuncies. Espero al escrutinio
de ángulos, trayectorias, variaciones. Desarraigar
la dominación. Un afán
de sistema bastante humilde,
como se ve.
Esta máxima, en fin, me resulta útil para
la política no menos que para
el amor.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Ya es hora de remover
los sedimentos.
Que nos digamos las cosas
más y menos
importantes
con la naturalidad de cada
día, sin prótesis
ni dilaciones.
O que no sea necesario decir
mucho porque todo
es cuerpo y presencia.
Ya sé que faltan pocas horas
y los kilómetros
y las placas continentales
y los ecosistemas
lo celebran
con algarabía.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
La devastación es sistemática, regular,
omnipresente.
Lo que ocurre es que llega por oleadas.
Anega de pronto. Nadie la llama
ni la desea recordar.
La mayoría tuerce el gesto.
Puede ser ingénua la pretensión de prevenirla
o simple temeridad si señalo cómo se esparce
por todas las direcciones.
¿Quién te va a creer y aceptar entre ellos?
La condena será expedita si encima
nombras a los culpables. Destierro.
Neutralización fulminante.
¿Quién eres tú? Ya veremos más adelante
o nunca o sin hacer mucho ruido.
Nubosidad. Cirugía histórica.
No hay átomo humano que trascienda.
Que la aflicción de los muertos no cese
jamás.
Solo la ebriedad del olvido nos permite
degustar las vanas esperanzas.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Me asomo al exterior cada día, rutinario,
como si algo asombroso pudiera
acontecer.
Cuando ya ha mermado la curiosidad,
el único rescoldo está hecho
de costumbre u obsesión.
Después vuelvo a mis fantasías y oscuras
pasiones, a rebuscar entre los libros
por si algo asombroso pudiera
acontecer.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
En lugar de ir de puerta en puerta
reclamando,
solo abrir las mías.
Ofrecer lo que he gestado
en el silencio
y la amalgama
por si valiera para otros.
Que no perezca conmigo
toda esta dicha.
Fotografía: Iwase Yoshiyuki
Uno. Esta situación ya la he vivido antes.
Los puñetazos al estómago. Las estrías,
los capilares rojos, luchar por todos los medios,
deshacer el camino de escollos hasta que sea
inteligible y no me petrifique.
Dos. Me imagino cosas. Bacterias. Animales
microscópicos. Una guerra larvada. Sistemas
de control con imperfecciones, más que
carestía en el abastecimiento. La atmósfera
tóxica. ¿Cuándo me envolverá tu cuerpo?
Pronto. Amnistía.
Tres. Una posibilidad para reconstruir y añadir
a lo inacabado, sin mayor esperanza. Texturas.
Circunstancias. El método hace aguas. Aljibes.
De esa configuración química, tomar tierra.
No entiendo por qué decían que era impaciente.
Solo deseo producir una quietud elegida,
no estrellarme.
Fotografía: Sára Saudkova
Cerca del lago
me sobresaltó ver a una tortuga
cruzando la carretera.
Anticipándome
a la tragedia, devolví al saurio
a la orilla.
Tú verás, le dije: quizá con un poco
de entrenamiento.
Arrogante cachorro mortal
que vas rápido a ninguna parte:
murmuró taciturna y sin apenas
gesticulación.
Quién sabe. Hay paradigmas
y contextos -respondí en mi código
tan críptico como el suyo.
Y nos despedimos sin necesidad
de protocolo
ni reverencias.
Fotografía: Sára Saudkova
Llegas
a una ciudad flotante
y todo es recién satinado
y todo es inmortal,
depósito de huesos y ruinas,
capa a capa.
El sermón del primer ministro
con su impostura de orden.
Las posesiones arrebatadas
por las cucarachas
universales.
Las agujas del reloj llamando
a filas, sudor y lágrimas.
Asoman los acaparadores
su micelio -ni órganos siquiera-
entre la sólida y porosa
cotización.
Y resplandecen con ardor las decrépitas
zonas ajardinadas.
Y hace un añil de película cómica.
Y estrenan lo novísimo de la muerte.
Llegas a una ciudad
que aún te desconoce y ya se inunda
de volcanes
y de criaturas
astrofísicas.
Que te indica el sentido
antagónico
que dice la muchedumbre:
el plano subterráneo, las señales
de humo.
Los servicios secretos
nunca se toman vacaciones.
Aunque nazcan hongos en tránsito
a la existencia
y tu duermas asida al mástil
esperanzado
de la historia.
Llegas
a una ciudad delirante
de la que apenas nos separan
la cúrcuma
y la mecánica
del avión.
Fotografía: Sára Saudkova
Al despertarme,
pienso:
¿Qué va a suceder hoy?
¿Triunfará un minuto
de quietud
a mi alrededor?
¿Hacia qué lado
se va a inclinar
la balanza?
¿Cuántas dosis
de frugalidad
erótica aconsejan
los doctores?
¿Puedo hacer algo
para ponerle remedio
a la situación?
¿No contribuiría más
a la dicha del cosmos
aumentando
mis horas
de sueño?
Fotografía: Sára Saudkova
Ascender a la cumbre
hoy
fue doloroso.
Cada cien escalones
las neuronas
segregaban la sustancia
paliativa:
tu cuerpo exuberante,
la sonrisa en su desnudez,
ceñirme a tu justa
infinitud.
Al culminar, como es obvio:
allí no se encontraba
la utopía.
Fotografía: Sára Saudkova
Va llegando
el frescor, me apetece
tomar el aire joven,
salir al bullicio sin más
propósito.
Cualquier día, de golpe,
vendrá el hielo,
la escarcha,
lo menos apacible.
Luego olvidaré
estos entrenamientos,
al recibir
tu medicina contra
la intemperie.
Fotografía: Sára Saudkova